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martes, 17 de abril de 2012

Domingo 17 de febrero de 2002 | Publicado en edición impresa. La Nación.



Revalorizar la familia


Se ha dicho muchas veces que el principal componente de la crisis que desgarra a la Argentina es de naturaleza moral. Los hechos parecen confirmar ese diagnóstico a cada paso. En efecto: nuestro actual descalabro político, económico, social, financiero y fiscal -por mencionar sólo algunas de las vertientes del doloroso proceso en el que estamos inmersos- reconoce como base una alarmante carencia de responsabilidad ética en muchos comportamientos individuales y colectivos.
Cuando una sociedad presenta fisuras en su base moral, lo primero que se hace es dirigir la mirada hacia el campo de la educación. Se supone, con razón, que para formar buenos ciudadanos hace falta un desarrollo educativo pujante y de hondo contenido humano, orientado no sólo a la transmisión de conocimientos científicos sino también -y fundamentalmente- a la comunicación de los valores que dignifican y ennoblecen la existencia.
Lo que no siempre se recuerda o se tiene en cuenta es que todo proceso educativo comienza, en rigor, en el ámbito familiar. Cuando la familia cumple debidamente su misión de hacer fructificar en la conciencia de los hijos la adhesión a valores morales y humanísticos profundos y ciertos la primera batalla de la educación está ganada.
Hace algo más de un año, el Instituto de Ciencias para la Familia, creado en el seno de la Universidad Austral, publicó los resultados de un estudio tendiente a identificar la identidad y las necesidades fundamentales de la familia en la Argentina de fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Las conclusiones de ese trabajo -basado en sondeos y encuestas realizados en diferentes ciudades y localidades del territorio nacional- permitieron verificar que la influencia de la globalización y los cambios provocados por la revolución electrónica en el área de las comunicaciones no habían debilitado el valor que los argentinos otorgamos a la familia como principal fundamento de la vida social. Para la mayoría de las personas encuestadas, la familia sigue siendo el eje insustituible alrededor del cual debe centrarse una sociedad respetuosa de los valores espirituales y éticos.
En momentos en que sentimos que la crisis social se ahonda y nos lamentamos por las desviaciones éticas que se comprueban a diario en el escenario público nacional, la revalorización del rol de la familia como núcleo formativo y transmisor de energías morales aparece como la única estrategia de largo aliento que puede conducir a la reconstrucción de una sociedad fundada en la solidaridad y en el respeto a los valores que dignifican el espíritu humano.
La solución de fondo para algunos problemas sociales cada vez más agudos -como la delincuencia juvenil, el auge de las adicciones, el crecimiento de la violencia- reside, sin lugar a dudas, en el fortalecimiento de la célula familiar. La desintegración del grupo hogareño básico en ciertas zonas de la comunidad -por ejemplo, en las villas de emergencia de nuestra ciudad y del conurbano- es sin duda uno de los factores que llevan a nutridos contingentes de jóvenes a la marginalidad moral y al desamparo material, dos fenómenos que con frecuencia marchan juntos.
Cuanto se haga desde el Estado y desde la propia sociedad civil por desarrollar políticas que respalden a la familia y le brinden el sustento moral y material que necesita para su desenvolvimiento constituirá un aporte decisivo a la eliminación de los focos de corrupción que minan por dentro a la Argentina y a la edificación de un país mejor. 

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