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lunes, 16 de abril de 2012


Domingo 03 de octubre de 1999 | Publicado en edición impresa

La educación y los valores

Los principales problemas que afronta hoy la sociedad argentina tienen relación con el debilitamiento de los valores morales. El crecimiento de la delincuencia, el aumento de la violencia en sus múltiples formas y variantes, la proliferación de focos de corrupción en las estructuras institucionales, las deficiencias patéticas de la policía, la falta de independencia y de credibilidad del Poder Judicial, la impunidad, la crisis de la familia como cimiento de la organización social, la evasión impositiva, el desorden fiscal, la ausencia de un genuino espíritu de solidaridad, la ruptura del tejido social, el desinterés de los gobiernos por fortalecer el sistema educativo y la desprotección cultural y económica de los sectores más débiles de la comunidad -por citar sólo algunas de las calamidades que nos afligen- son las manifestaciones visibles de un proceso que tiene su raíz en la declinación de los principios éticos.
De ahí la importancia que debe asignarse al rol de la educación, que a pesar de todas sus limitaciones sigue siendo la gran polea social de transmisión de los valores que toda sociedad necesita preservar para reconocerse como tal. La Argentina contó, históricamente, con un sistema de enseñanza, público y privado, plenamente consciente de que su misión no era sólo transmitir conocimientos científicos o técnicos sino también -y fundamentalmente- formar conciencias ciudadanas comprometidas con la defensa de los conceptos de orden moral.
Esa misión fue cumplida sin menoscabo del principio que garantiza el respeto a la libertad de cátedra y al pluralismo religioso, filosófico y político que está en la base de nuestra organización institucional. Es que el reconocimiento de que existen valores morales objetivos comunes a todas las creencias, tengan o no un fundamento religioso, es un punto de partida ineludible si realmente se quiere que la educación sea un proceso formativo de profunda raíz humanística y no un mecanismo frío y despersonalizado atento sólo a la comunicación de datos o informaciones de mayor o menor rigor científico.
En las últimas décadas, la sociedad argentina descuidó a sus educadores, que dejaron de contar con los recursos necesarios para el desenvolvimiento de su dignificante tarea y descendieron muchos peldaños en la escala de la consideración social. Además, se fue instalando en la vida comunitaria una suerte de sistema educativo informal o paralelo, liderado por algunos medios de comunicación masiva, cuya prédica no siempre fue coincidente con la que provenía de la educación formal. Los niños y los adolescentes han estado recibiendo, por lo tanto, en muchos casos, un discurso esquizofrénico, cuyo resultado empieza a estar a la vista. Tomar conciencia de que el destino de la Argentina está indisolublemente ligado a la suerte que corra la enseñanza que se imparte en las aulas, especialmente en lo que atañe a la comunicación de los valores éticos indispensables para conformar una sociedad justa y solidaria, es dar ya un primer paso hacia la superación de las dificultades estructurales que hoy nos agobian y nos frustran como comunidad y como nación.
Si la familia es el ámbito primero e insustituible en el que se imparten las enseñanzas morales básicas que deciden el curso de una vida, la actividad educativa formal -de gestión pública o privada- es el único canal seguro que la sociedad tiene a su alcance para fortalecer y prolongar la formación hogareña o para sustituirla en los casos en que hubiese faltado. No existen caminos alternativos: sólo los que emanan de un hogar sólidamente constituido y de una escuela consciente de su misión pueden conducir a la consolidación de una cultura social cimentada sobre una genuina conciencia de lo que significan los valores.
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